En México, andar buscando a un desaparecido se ha vuelto más peligroso que andar entre fuego cruzado. Y la historia de Teresa González Murillo, mejor conocida como Teresita, es un ejemplo muy triste de eso. Ella nomás quería encontrar a su carnal, Jaime González Murillo, desaparecido desde septiembre del año pasado allá en Guadalajara. Pero en vez de apoyo, lo que encontró fue amenazas, violencia… y la muerte.

La noche del 27 de marzo, tres vatos armados llegaron en motos hasta su casa. Dicen los del colectivo Luz de Esperanza, al que ella pertenecía, que intentaron llevársela a la fuerza, y como no pudieron, le metieron un tiro en la cara. Agonizó varios días en el hospital y murió sin haber podido encontrar a su hermano. Su hija, una chavita de 15 años, ya había sido golpeada días antes por otras morras que se dijeron “de la plaza”. Y pa’ acabarla de fregar, la policía nunca llegó cuando Teresita pidió ayuda.

Pero lo más indignante de todo es que la Fiscalía de Jalisco salió con la historia de que fue un “robo”. Que según ella traía dinero de una tanda, que por eso la atacaron, y que no tiene nada qué ver su activismo como buscadora. O sea, ni una sola línea de investigación abierta por las amenazas que recibió o por su participación en el hallazgo del rancho Izaguirre, un sitio que los colectivos han señalado como campo de exterminio del narco. Ahí, junto con otras madres, descubrió fosas y señales de horror. Pero eso, parece, pa’ las autoridades no cuenta.

Tampoco hubo pronunciamiento del Ayuntamiento de Guadalajara ni del Gobierno de Jalisco. Y la noticia de su muerte, imagínate, se filtró a los medios, no se la notificaron ni a su familia ni al colectivo.

La neta, lo que le pasó a Teresita no es un caso aislado. En todo el país, desde 2011, han matado al menos a 22 personas que andaban en la misma lucha: buscar a sus desaparecidos. En 2024 ya van varias: en Guanajuato asesinaron a Lorenza Cano Flores y a su familia, en Veracruz murió Magdaleno Pérez después de ser golpeado por policías, y ahora le tocó a Teresita en Jalisco.

¿Y qué hacen las autoridades? Nomás patean el bote pa’ delante. Ni investigan bien, ni protegen a los colectivos, ni dan la cara cuando matan a una madre buscadora. Mientras tanto, el crimen organizado sigue mandando, sembrando miedo, y las familias siguen solas, escarbando con las uñas en cerros, ranchos y brechas.

Teresita no era una delincuente, no era una lideresa política, ni andaba metida en broncas. Era una madre, una hermana que solo quería justicia. Y ahora, su silla quedó vacía, su hija quedó huérfana y su hermano sigue desaparecido. Lo que nos queda es el coraje, la tristeza… y esa sensación de que aquí, en México, la vida de quien busca justicia vale menos que nada.

¿Hasta cuándo? Esa es la pregunta que sigue sin respuesta.